Después de cuatro partidos en el cargo, a Manolo Jiménez todavía no le ha sonreído la victoria. Pero cada día es más evidente que el Zaragoza ha ganado con el cambio un entrenador. El equipo tiene ahora un rigor posicional que nunca le supo dar Aguirre, y se le observa un plan, entrenado y trabajado debidamente durante la semana, en cada partido. Y eso por no entrar en la elección de futbolistas, muy por encima de las nuevas incorporaciones, o en la preparación física, un lastre superlativo que tardará tiempo en restablecerse. Aguirre es un motivador que le vino muy bien al Zaragoza el año pasado en unas circunstancias muy excepcionales, pero no soporta ninguna comparación futbolística seria con Manolo Jiménez, por no abrir más el abanico, ni en el fondo ni en la forma.
Pero Aguirre no es más que otra de esas medianías que siempre acaba triturando Agapito. Como lo fue Marcelino. El problema principal del soriano es que cada decisión suya es peor que la anterior. El verano pasado soportó el chantaje económico de Aguirre en una negociación que fue más dura y turbulenta de lo que pareció y luego tardó más de dos meses en despedirle, permitiendo que el equipo llegara a Navidad derrumbado en la clasificación. Todo no era oro lo que relucía con el "vasco" Aguirre. Pocas veces ha habido en la historia del Zaragoza un caso de destitución tan clara, pero Agapito siempre piensa mal y tarde. Y esa montaña de equivocaciones en seis años es la que nos ha llevado al momento actual, con una plantilla que parece diseñada por el enemigo y al que Jiménez, sin tanto chau chau, está dándole al menos dignidad.´
Fuente.- as.com - Carlos Gómez